El propósito de esta publicación es contar mi historia que como muchas de las historias de mujeres que han sufrido violencia de género, tiene un elemento en común, la dinámica de control y poder ejercida por el hombre, que en este caso, se suponía era la persona que juró protegerme y cuidarme.
Regresé a Ecuador desde Estados Unidos hace exactamente un año junto con mi hija quien ahora tiene 6 años. Mientras cursaba mi programa de doctorado en ese país, me casé con David Yépez, ciudadano americano-ecuatoriano. Él es veterano de la guerra de Irak, y en el año 2012 le diagnosticaron Esclerosis Múltiple, una enfermedad crónica de carácter degenerativa la cual no tiene cura. Debido a esta enfermedad él se ha visto afectado principalmente en la parte cognitiva, además de tener una afectación en la parte física. Algunas de las características de esta enfermedad que él manifiesta, incluyen la pérdida de memoria, depresión, problemas para enfocarse y razonar, falta de empatía, control de humor, episodios de violencia. Tengo que señalar que estos síntomas han ido incrementando en severidad y frecuencia hecho por el cual ha sido medicado para cada uno de estos síntomas. Aún más, el gobierno americano le ha dado un porcentaje de discapacidad del 60%. A pesar de la severidad de su enfermedad él siempre estuvo reticente a recibir tratamiento, siempre se negó a tomar las medicinas y nunca realizó las terapias de psiquiatría que su neurólogo le pidió seguir. Solamente toma medicación para disminuir el progreso de la Esclerosis Múltiple (aunque no tiene cura, la enfermedad siempre seguirá progresando). A pesar de que él ha sufrido de estos síntomas desde el 2012, todo empeoró en el año 2016. En octubre de ese año decidimos separarnos. Y, aunque al principio fue en términos amigables, la situación se tornó insostenible. El empezó a actuar de forma paranoica y violenta-agresiva. Me vigilaba todo el tiempo, instaló softwares para espiar mi computadora y mi teléfono. No me permitía ni siquiera ir al baño sola. Yo no podía cerrar la puerta ni para usar el inodoro, peor para bañarme. Dormía en la puerta de mi cuarto. Cada vez que salíamos de la casa, él, mi hija y yo, revisaba mis bolsillos, mi bolso, a veces hasta mi cuerpo. Todo esto es únicamente una muestra de lo que viví y soporté durante este tiempo.
Durante el tiempo que residí en Estados Unidos, tuve una visa de estudiante que me permitía poseer el estatus de inmigrante legal. Y aunque he estado casada por 7 años con un ciudadano estadounidense, nunca tuve la intención de quedarme a vivir en Estados Unidos. En parte debido al hecho de que una proporción del valor de mis estudios fue financiada con una beca del Senescyt, lo que hacía inevitable el tener que regresar a Ecuador a devengar mi beca. De esta circunstancia el papá de mi hija estaba totalmente al tanto y estuvo de acuerdo con el hecho de que teníamos que regresar. En medio de estas circunstancias, apliqué para obtener la residencia en Estados Unidos. El proceso de petición al gobierno estadounidense para que me otorguen la residencia fue iniciado por él ya que la única vía de obtenerla es a través del matrimonio con un ciudadano estadounidense. Una vez que envié mi aplicación, mi visa de estudiante se canceló. Así desde octubre del 2016 poco antes de tener que regresar a Ecuador, el nivel de violencia psicológica que él ejercía conmigo culminó con la constante amenaza de que nunca más iba a ver a mi hija si regresaba a Ecuador. Él llegó a mencionar que si regresaba lo tendría que hacerlo sin ella y que iba a retirarme mis papeles de inmigración y denunciarme ante las autoridades. Así en febrero del 2017 recibí una llamada de mi abogado de inmigración para avisarme que él, mi esposo, había retirado la petición para mi residencia con lo que yo me había convertido en una inmigrante ilegal. El abogado me dijo que tenía una semana para irme del país antes de que oficialmente se formalice la anulación del proceso. Hablé con dos abogados más en Estados Unidos y ambos coincidieron en lo mismo. No tuve otra opción más que irme de allá con mi hija. Yo tenía que abandonar el país antes de que él me denunciara en inmigración y empiecen el proceso de deportación. Jamás podría haberme ido sin mi hija, no habría podido dejarla con él, sabiendo los problemas mentales que tiene.
Apenas llegué a Ecuador tramité la ciudadanía ecuatoriana para mi hija y pedí se me otorgue su custodia ante un juez, quien me la otorgó en base a los argumentos legales que presenté. Sin embargo, hace 2 semanas recibí las citaciones para un juicio de restitución internacional que me el Ministerio de Justicia en representación de él, mediante el Acuerdo de La Haya. Esta demanda es, a todas luces, injusta y no busca la restitución de mi hija a un lugar que le brinde seguridad emocional, física y psicológica. . Durante todo este año que hemos permanecido en Ecuador, el padre de mi hija no se ha interesado en saber cómo se encuentra ella. Jamás ha llamado ni ha tratado de averiguar por mi hija. Ni por su cumpleaños, ni en Navidad, nunca se pronunció. Él sabe dónde vivo, el teléfono, mis correos, pero jamás ha tratado de comunicarse. Es por esto que no entiendo por qué ahora se hace presente con un juicio por restitución. Solo espero que la decisión que tomen los jueces, sea amparada en el bienestar superior de mi hija, que en este caso es la más importante.