Una colaboración de Lorena Grillo
Fue en el año 1998 cuando mi jefe de ese entonces me llevó a una audiencia en un caso de fijación de alimentos. Como defendíamos a la madre, me fui feliz a ver cómo se hacía justicia en favor de los dos niños que había visto algunas veces en la oficina. Llegamos al juzgado y me llamó la atención ver a un acaudalado hacendado estar vestido con overol de obrero y sucio hasta la cara, aunque la mugre no podía tapar sus ojos azules y cabello rubio, mucho menos su conocido apellido.
El hacendado era el padre de los niños. Ya en la audiencia, como prueba a su favor presentó un certificado del administrador de su propia hacienda de que estaba empleado en calidad de “capataz” y que ganaba el básico de ese entonces. Mi jefe trataba de hacer entrar en razón al hombre, indicándole que la madre quería que solamente pague el colegio en el que los niños ya llevaban años estudiando, que por supuesto, era el colegio más caro de Quito, y que la madre se haría cargo del resto.
La jueza horrorizada con el valor de las pensiones escolares y aterrada por la “pobreza” del acaudalado alimentante se negó de plano y le dijo a la madre que tendrá que acomodarse a las nuevas circunstancias de ser una mujer separada. La jueza no reparó en que la pensión del colegio era para los niños, pero tampoco parecía que le importaba, pues terminó fijando una pensión con la que se cubría apenas el transporte escolar.
Meses más tarde y dudosa de nuestra justicia, acudí a otra audiencia, esta vez era un caso de alimentos con presunción de paternidad, es decir, en el que el niño no había sido reconocido por su padre. En ese entonces no existía la prueba de ADN y el juez tenía que “adivinar” si el niño era o no del demandado. Nuestra cliente, armada de valor se sentó junto a mi jefe muy atenta de lo que iba sucediendo. En la sala, a más del juez, estaban el demandado y su abogado junto con cinco hombres más con quienes conversaban con total familiaridad. Eran sus testigos. Uno a uno fueron contando la historia de que ”más o menos en los días en que se habría concebido el niño”, tuvieron relaciones sexuales con la madre, que a decir de ellos, llevaba una vida muy alegre y por ende no podían saber cuál de los cinco era el padre. La madre no los había visto en su vida.
Los que relato no eran casos aislados, era el día a día de los Tribunales de Menores, en los que la madre, luego de amargos procesos que duraban hasta tres años, debía mendigar por unos pocos sucres (pese a los ingentes ingresos del padre) o terminaba siendo humillada por supuestos ex amantes, para finalmente salir sus hijos a cuestas, sin apellido, sin pensión y con su moral por el piso.
Han transcurrido dieciocho años desde mis primeras experiencias en procesos de alimentos, y aún hoy, hay algunos padres que alegan que la mujer los engañó para embarazarse o que la vida alegre de la progenitora no les permite estar seguros de su paternidad, sin olvidar a quienes llevan certificados de ser sencillos guardias de seguridad de sus propias empresas, pero que extrañamente mueven más de diez mil dólares mensuales en sus cuentas y tarjetas de crédito. La finalidad en estos casos siempre es la misma: humillar a la mujer y perjudicar a los hijos.
Estos días en que el tema de los alimentos ha encendido todos los espacios, y los hombres han sacado a la luz su bandera de oprimidos por las «leyes feminazis» y por mujeres que «hacen negocio de tener un hijo», los antecedentes históricos toman una relevancia importante.
Las leyes actuales no se han creado por el simple designio y odio de unas cuantas «feminazis solteronas y amargadas». No señores, fueron décadas enteras de irresponsabilidad de los padres que desencadenaron en que se torne totalmente necesaria una profunda reforma al proceso de alimentos en que los irresponsables no encuentren una ventana para poder dilatar el proceso, sin tener serias consecuencias que derivan en la famosa liquidación de la pensión retroactiva, pues antes de eso, se valían de cualquier artimaña para demorar el juicio lo más posible.
Lamentablemente el debate ha caído a los subsuelos y todo se reduce a juzgar a las madres que reciben una pensión como una “saca plata”, otros a decir que “con semejante pensión ya no debería trabajar en la vida nocturna”, a decir que “se hace un negocio de tener hijos”, hombres y mujeres juzgando a madres de cuyas circunstancias personales nada saben.
Es evidente que estas actuaciones y comentarios han encendido las redes y las conversaciones cotidianas, pero han enterrado el debate de fondo: LOS NIÑOS. Nadie se pone a pensar que la pensión es para el niño y que éste tiene derecho a vivir en el mismo nivel de vida que su progenitor, por más opulento que éste sea; incluso, parecen pensar que una mujer de clase baja no se merece recibir para su hija una pensión de cifras importantes, pues jamás he leído que se quejen de las madres de los colegios aniñados y sus pensiones exorbitantes que incluyen mansión, chofer, ama de llaves, empleada y dos niñeras con uniforme. Se leen muy dignas al decir que el padre sólo paga TODOS los gastos de sus hijos pero que no las mantiene. Y yo me pregunto ¿por qué se creen poseedoras del derecho a criticar a otra por hacer algo que ellas también hacen? ¿En dónde queda la corresponsabilidad de esas madres que permiten que los padres paguen el cien por ciento de los gastos de los hijos comunes?
La gente habla de corresponsabilidad, sin entender de qué mismo es de lo que se trata, pero sólo en lo económico. ¿Y qué decimos del cuidado de los hijos? ¿Acaso eso sí le corresponde a la madre en solitario?
No puedo dejar de decir que considero que hay ciertos errores graves que deben corregirse en las normas que regulan las pensiones alimenticias, específicamente hablando de las pensiones adicionales para el inicio de clases, que son pagadas aun cuando el alimentante no recibe el doble de su sueldo en ese mes. Igualmente hay que revisar las normas sobre las medidas cautelares para esos alimentantes cumplidos que sí los hay y que gracias a dios son cada vez más, como también son más esos padres que quieren compartir el día a día con sus hijos.
Sí, no me cierro a ver los errores y los aciertos, y es evidente que hay reformas que deben hacerse para romper con este círculo enfermo de “papá paga – mamá cuida”, que no le hace nada bien a los niños. Es indudable que los hijos necesitan a sus dos padres pero lamentablemente el nivel de debate que se ha abierto en estos días sigue demostrando que el machismo está arraigado en lo más profundo de nuestras venas y que como sociedad no estamos listos siquiera para un planteamiento como ese, mucho menos para una ley que lo contemple. Qué pena por nuestros hijos y por los padres y madres que no los consideran un instrumento de batalla. Ojalá algún día maduremos como sociedad y nos dejemos de victimizaciones de lado y lado, y empecemos a debatir desde la responsabilidad y sobre todo, desde el respeto.
«Meses más tarde y dudosa de nuestra justicia, acudí a otra audiencia, esta vez era un caso de alimentos con presunción de paternidad, es decir, en el que el niño no había sido reconocido por su padre. En ese entonces no existía la prueba de ADN y el juez tenía que “adivinar” si el niño era o no del demandado. Nuestra cliente, armada de valor se sentó junto a mi jefe muy atenta de lo que iba sucediendo. En la sala, a más del juez, estaban el demandado y su abogado junto con cinco hombres más con quienes conversaban con total familiaridad. Eran sus testigos. Uno a uno fueron contando la historia de que ”más o menos en los días en que se habría concebido el niño”, tuvieron relaciones sexuales con la madre, que a decir de ellos, llevaba una vida muy alegre y por ende no podían saber cuál de los cinco era el padre. La madre no los había visto en su vida».
Me ha llamado la atención este inciso, es una historia muy parecida a la que el hoy, conjuez de la Corte Cacional de Justicia del Ecuador, hizo en Loja, en un juicio de investigación de la paternidad y de pensión alimenticia, y en el que lamentablemente uno de sus amigos que se prestó para esto pago una pena de privación de libertad por perjurio, el otro alcanzó un sobreseimiento.
No se puede suponer que la ley actual no tiene fallas y que podría ser más justa para ambas partes, en donde realmente el bienestar del niño o niña sea el eje y el objetivo principal. Es verdad que existen padres irresponsables que hacen hasta lo imposible para evitar un pago mensual a su ex pareja pero también hay otros que merecen un mejor trato e igualdad de condiciones.