Una colaboración de María Belén Moncayo/MALCRIADA TOTAL PRODUCCIONES
Yo soy Lucía, Lucha con cariño. Les voy a contar la historia de mi vida. Nací en el Ecuador hace 25 años. Mi madre no estuvo feliz con mi nacimiento y le doy la razón, no porque carezca de autoestima; sino porque llegó al embarazo por producto de una violación. Ella -que también se llamaba Lucha- asistía a sus cortos 13 años de edad a una escuela rural en un pueblo de la Costa, un día uno de los profesores abusó sexualmente de ella. Cuando se descubrió su estado de gravidez, mi tía la llevó a uno de esos lugares clandestinos para que aborte; al verla casi moribunda, la sacó y la llevó a un hospital público donde corrió una suerte peor aún: uno de los médicos llamó a la Policía y detuvieron a mi tía y a mi madre, pese a su agónico estado de salud. Meses más tarde nací en un centro de detención para jóvenes, donde estuvo mi mamá retenida casi un año. A pesar de que los movimientos feministas hicieron grandes esfuerzos por liberarla del encierro cruel, no pudieron hacerlo antes, debido a que familiares del violador, se dieron modos de poner en la mochila de mi mamá un paquete con droga; acusándola así de traficante, de una sustancia que a sus 13 años incluso desconocía. Este episodio fue orquestado además con la ayuda de movimientos mal llamados pro-vida y bien llamados anti-derechos; en su intento por sentar un precedente, dado el alto índice de adolescentes que -al igual que mi mami- son violadas y embarazadas, por cientos, todos los días en el Ecuador.
A mis 8 años de edad, mi mamá murió allá en mi pueblo. Mi padrastro le pagaba tanto, que ella -para abstraerse de tanto dolor- se volvió alcohólica. Un día tomó la botella equivocada y en vez de guaro bebió un disolvente de la carpintería de mi tío; y así terminó sus días mi viejita. Mi tía me trajo a Quito, a trabajar en la casa de una señora. Ahora, años más tarde es como una madre para mí. Se llama Rosa y nunca me hizo trabajar, ella no tenía hijos y era soltera; me dijo que los niños no deben trabajar. Me matriculó en la escuela y me llevaba a las luchas en las calles, con un pañuelo violeta en el cuello. Me decía siempre antes de salir: “Nosotras no nos rendimos, porque somos mujeres”. Fue ahí que conocí por primera vez a mi mejor amiga la Luna Camila, a quien su mamá y su abuelita; quienes también eran feministas, le llevaban siempre.
Cuando estaba en 9no de Básica, pasó algo muy triste. Una niña de 10mo apareció muerta en un corredor del colegio. Todavía me acuerdo de esa chica, porque en todos los eventos del cole tocaba el violín con mucho talento. Rosa, mi madre adoptiva, se sumó a la lucha de su mamá; para exigir que el Estado, la Policía Nacional y el colegio le den una respuesta satisfactoria. Mi ma y sus amigas estaban súper enojadas y con la Luna ayudábamos a hacer carteles, porque decían que la niña se había suicidado y que era porque la mamá era despreocupada…Y nada que ver. No era así.
Luego, cuando estaba comenzando la universidad, se dio el peor día de mi vida: una noche fuimos con unos amigos a la Fiesta de la Fruta en Ambato. Estábamos en una discoteca y me había tomado dos cervezas. Una chica del grupo, a la que no conocía mucho -porque era al inicio de la carrera- se fue a otra fiesta, con unos nuevos amigos que hizo en el lugar; otros se fueron a otras fiestas y otros nos quedamos en ese lugar. A la mañana siguiente, llegó la policía al hotel donde estaba alojada y me detuvieron. Yo no entendía nada y estaba sola porque los demás se enteraron de todo horas más tarde. Lo cierto es que estos tipos con los que la chica de la U se fue, la mataron esa noche de manera brutal y femicida; y uno de ellos me incriminó. Se inventó que la había drogado.
Les tomó 8 meses a las abogadas feministas demostrar mi inocencia, porque el juez a cargo del caso, estaba evidentemente comprado por el padre de uno de los asesinos. Mi madre, además de llorar lágrimas de sangre, puso de pie a todo el movimiento de mujeres para defenderme y para limpiar el nombre de la Karen, la chica a la que mataron. Los propios compañeros de la carrera decían que ella tenía la culpa de su muerte porque era una ofrecida que se fue con el primero que le invitó y que como era modelo, era una mujer fácil; y así todo ese montón de tonteras machistas, que al final de cuentas para lo que me sirvieron fue para saber exactamente a quien pararle el carro en seco. Y eso incluye a ese par de profesores súper libidinosos que a todas las alumnas nos dicen cosas asquerosas, hechos los chistosos. A la Esthela uno de estos viejos verdes le dejó de semestre porque no accedió a hacerle favores sexuales; y cuando nos hemos ido a quejar nos salen con cada respuesta mamarracha, que para qué les cuento. Lo bueno es que ahora la decana es una feminista y ella sí nos hace caso. De hecho ya hizo que les boten a ese parcito y tenemos dos nuevos profes bakansísimos.
Ahora estoy haciendo la tesis para graduarme de abogada. El tema que estoy investigando es la responsabilidad del Estado ecuatoriano en el feminicidio perpetrado hacia las mujeres del país, en la última década. Estoy feliz porque -me gradué o no me gradúe- una plataforma feminista, independiente, del Cono Sur; va a publicar mi texto y además va a darme los fondos para hacer una mega campaña nacional de sensibilización sobre el feminicidio. Ya tengo las primeras entrevistas, súper interesantes; me han dado unos insumos perfectos todas esas Luchas, tocayas mías, que han creado, organizado, trabajado y difundido la campaña #VivasNosQueremos (Ni una menos).
…Y para su marcha estoy saliendo aurita…pero no para tomarme selfies, sino para gritar y resistir; porque yo…VivaMeQuiero.
Lucha.
Debemos educar a los hijos desde el hogar. Para que esa nueva generacion sepa respetar la condicion de todo ser humano. Todos somos iguales. Nadie tiene màs derecho por ser hombre o por ser mujer. Respetarse mutuamente es la clave.
Hermosas palabras Alfonso, saludos!